Esta noche
he dormido plácidamente, un sueño profundo y regenerador, me ha costado más que
de costumbre despegar las pestañas y
sacar los pies de la cama, no hacía
frío, pero se notaba un ambiente descargado y mi cuerpo despertaba relajado,
como si saliese de un baño de rosas, por fin sin prisas me levanto, abro la
persiana y contemplo sorprendido un día gris y lluvioso, las gotas de zigzagueando por el cristal de
la ventana, los recuerdos de la infancia
vuelven a mi mente y me transportan a aquellos años cuando en compañía de mi
hermana, me quedaba pasmado viendo las
carreras de gotitas, que se turnaban en cortas carrera y giros imprevisibles,
nosotros, entusiasmados espectadores, hacíamos apuestas eligiendo la gota
ganadora de la prueba. Recuerdo también los duros inviernos en los cuales durante meses, la lluvia caía
sin cesar, dejando los caminos impracticables, recuerdo las viviendas llenas de
cacharros; latas, tinas de zinc y palanganas metálicas esmaltadas de blanco con
un bordillo azulado, todas cumpliendo con la utilidad de recoger las goteras
que atravesaban las tejas agrietadas de un tejado que más bien parecía un
jardín de helechos y se precipitaban en los cacharros metálicos produciendo un
repiqueo como un xilofón en las manos de un niño pequeño e inquieto. En
ocasiones nos colocábamos estratégicamente, mirando hacia el techo, viendo como
poco a poco se iba formando una gota, que iba creciendo hasta que acababa por
desprenderse y precipitarse, entonces, con gran maestría de duros inviernos de entrenamiento, calculábamos el punto de encuentro y esperábamos
con la boca abierta, tratando de atraparla, antes de que cayese en la tina, la
idea era cazar la gota en el aire, lo que era toda una hazaña difícil de
superar y un premio a nuestro dolor de cuello provocado por el tiempo empleado
en la cacería y la incómoda postura, lo
cierto es que estas perlas que conseguíamos atrapar al vuelo, eran ni más ni
menos que gotitas de pis de angelitos. Todo en la casa estaba empapado durante
los meses de Invierno, la ropa de las camas pesaban más que de costumbre y el
frío se metía en los huesos al acostarse, obligándonos a calentar una olla de
agua en la cocina de leña y llenar con
ella una botella que luego, envuelta en papel de periódico ayudaba a recuperar
la circulación de la sangre en los pies doloridos por el frío. Las paredes
interiores de la casa también se mostraban salpicadas de diminutas perlas y de
vez en cuando un hilillo de agua se precipitaba rompiéndolas aleatoriamente. Tanta humedad producía en las paredes desconchadas innumerables manchas donde podíamos ejercitar
nuestra imaginación localizando animales, caras, ángeles y demonios. La luz
eléctrica de ciento diez voltios cambiaba onduladamente de intensidad, pasando
la choza de la penumbra a casi la sombra absoluta, dejando solamente en la bombilla un pequeño rastro en el filamento que
se mantenía incandescente entre las sombras de la habitación. De vez en cuando
el cielo que se iluminaba con furia dejaba entrever descargas eléctricas trazando
una raíz luminosa que recordaba las ramas de los árboles después del Otoño o
las ramas de hinojo dentro del anís escarchado
que tanto me fascinaban , pocos segundos después una traca de truenos
sacudía las paredes de la casa que vibraba como si por encima del tejado
estuviese pasando una antigua locomotora destartalada como aquellas antiguas que
utilizaban carbón para moverse a escasa velocidad, pero que tenían el encanto
de un traqueteo rítmico y el humo que advertía en la lejanía que el tren se
encontraba próximo a la estación, produciendo un desasosiego en aquellas épocas
que los desplazamientos en ferrocarril siempre ocasionaban alegrías y lágrimas
porque los viajes no se hacían por motivos
de turismo y el regreso siempre tardaba muchos meses o incluso años en
producirse. Estos días de largo Invierno, de lluvias interminables y al fragor
de la tormenta que llenaba los hogares de miedo y de oraciones a Santa Bárbara,
eran aprovechados por los abuelos y abuelas para contar sus cuentos y leyendas
que ayudaban aún más a erizar los cabellos y a que se nos pusiera la piel de
gallina, eran historias, de la Santa Campaña, de brujas solitarias acechando
inocentes en las carballeiras, de luces extrañas en los cementerios que subían al cielo
enlazadas, girando como mariposas en celo, historias de los sacauntos que sobre
los hombros portaban los niños robados en un saco viejo. El miedo invadía la
noche, las mantas se hacían pequeñas para permitirnos taparnos la cara y cuando
en la calle se sentía un ruido, un sudor helado bañaba la frente, se sentía un
potro saliendo del pecho a todo galope, faltaba el aliento, los ojos abiertos clavados
en las sombras negras buscaban fantasmas y los encontraban llenando el vacío,
ni se me ocurría bajar de la cama ¡debajo hay peligros! ¡Demonios!
¡Fantasmas! La noche era larga, muy
larga, las horas muy lentas.
Volviendo al
presente, la lluvia seguía cayendo ¡que extraño! años de sequía, de hambre, de
espanto, de montes quemados, de campos resecos, de falta de agua, de ganado
muerto sembrado en los prados sin hierba, de campos inmensos con naranjos secos
y secos granados. Contemplo los niños delgados con ojos saltones saltando en
los charcos, felices, inquietos. Las tinas recogen el agua, ahora en la calle,
todos los vecinos se pasan calderos que van rellenando con ellas. Los grifos
que en años servían de adorno ahora gotean. Tal vez unos días nos cambien las
leyes y puedan bañarse los niños del pueblo, tal vez nuestras pieles resecas
cubiertas de llagas, puedan refrescarse unos días, tal vez con un poco de
suerte resurja la yerba y pueda rozarla con mis pies descalzos igual que una
alfombra perdida en el tiempo, quizás por un tiempo podamos salir a la calle
sin miedo a quemarnos y vuelva a sentir en el pelo un poco de viento que
refresque el alma apagada y vacía de sueños. Hoy puedo sentir en los ojos las
perlas rodando, corriendo mi cara. Los viejos recuerdos renacen y huelo las
flores que un día teñían de rojo los campos de hierba; rojas amapolas como
rojas gotas de sangre caliente, recuerdo también mariposas de hermosos colores,
recuerdo los ríos, los días con nieves, la bruma, las nieblas, los noches tan largas de Invierno. El cambio del clima
nos ha despojado de todo lo hermoso, ya nada nos sirve el petróleo, no hay
cumbres del clima, no existe el turismo a las playas, tan solo hay silencio,
recuerdos de un mundo perdido, sin vida, sin verde, sin agua, hoy somos tan
solo los presos que viven ocultos de día y salen de noche, los pocos que tienen
la suerte maldita de esperar la muerte sin querer la vida y hoy viendo el
milagro del agua vuelven a mi mente colores, perfumes, recuerdos, deseos de
vida perdida, deseos de vida de un muerto viviente ¡Que vuelvan las lluvias! ¡Que
acabe el infierno! ¡Que caigan los rayos de luz y de fuego! ¡Que cese el calor
sofocante que abrasa la piel y reseca el cabello! ¡Que vuelvan las lluvias Dios
mío! ¡Que vuelva el invierno!
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