Esta noche he dormido plácidamente, un sueño profundo y
regenerador, me ha costado más que de costumbre despegar las pestañas y
sacar los pies de la cama, no hacía frío, pero se notaba un ambiente
descargado y mi cuerpo despertaba relajado, como si saliese de un baño de
rosas, por fin sin prisas me levanto, abro la persiana y contemplo sorprendido
un día gris y lluvioso, las gotas zigzagueando por el cristal de la
ventana buscan un raro camino en su descenso dibujando a su paso siluetas
misteriosas, los recuerdos de la infancia vuelven a mi mente y me
transportan a aquellos años cuando en compañía de mi hermana, me quedaba
pasmado viendo las carreras de gotitas, que se turnaban en cortas carrera y
giros imprevisibles, nosotros, entusiasmados espectadores, hacíamos apuestas
eligiendo la gota ganadora de la prueba. Recuerdo también los duros inviernos
en los cuales durante meses, la lluvia caía sin cesar, dejando los
caminos impracticables, las viviendas llenas de cacharros; latas, tinas de zinc
y palanganas metálicas esmaltadas de blanco con un bordillo azulado, todas
cumpliendo con la utilidad de recoger las goteras que atravesaban las tejas
agrietadas de un tejado que más bien parecía un jardín de helechos y se
precipitaban en los cacharros metálicos produciendo un repiqueo como un xilofón
de los que hoy día se pueden ver en las manos de un niño travieso e inquieto.
En ocasiones nos colocábamos estrategicamente, mirando hacia el techo, viendo
como poco a poco se iba formando una gota, que iba creciendo hasta que acababa
por desprenderse y precipitarse, entonces, con gran maestría de duros
inviernos de entrenamiento, calculábamos el punto de encuentro y
esperábamos con la boca abierta, tratando de atraparla, antes de que cayese en
la tina, la idea era cazar la gota en el aire, al vuelo, lo que era toda una
hazaña difícil de conseguir y un premio a nuestro empeño y al dolor de cuello
provocado por el tiempo empleado en la cacería con el cuello rígido y sin
apenas pestañea y la incómoda postura que la palangana que estaba
prohibido mover, nos obligaba a realizar, lo cierto es que estas perlas que
conseguíamos atrapar al vuelo, eran ni más ni menos que gotitas de pis de
angelitos y en aquellos tiempos que el premio al buen comportamiento durante
una semana era un par de galletas Fontaneda, una gota de pis de angelito
cazada al vuelo era para sentirse satisfecho. Todo en la casa estaba empapado
durante los meses de Invierno, la ropa de las camas pesaba más que de costumbre
y el frío se metía en los huesos al acostarse, obligándome a tomar una postura
de caracol metiendo las rodillas en la espalda de mi hermana que no tardaba
nada en ponerme firmes como a un recluta de aquellos que antes hacían el
Servicio Militar Obligatorio y se dedicaban años de su vida limpiando letrinas
para la grandeza de España. Cuando el frío era insoportable en los pies
ateridos, una tarea más entre las muchas que hoy ni se imaginan, como podía
ser, fregar de rodillas las tablas del piso de madera, que con mil arrugas por
el desgaste y la lejía que con el paso de muchos años de fregoteo, dejaba ver
las vetas como si se tratase de las venas de la mano de un anciano, o el poner
a clareo sobre la yerba, la ropa lavada en el pilón con jabón Lagarto y regarla
de vez en cuando con el agua de una tina de zinc, era, calentar una olla de
agua en la cocina de leña y llenar con ella una botella de barro,
que al parecer contuvo ginebra y que los emigrantes que trabajaban en el
extranjero traían como un premio más de su destierro voluntario, que luego,
envuelta en papel de periódico ayudaba a recuperar la circulación de la sangre
en los pies doloridos por el frío. Las paredes interiores de la casa también se
mostraban salpicadas de diminutas perlas y de vez en cuando un hilillo de agua
se precipitaba rompiéndolas aleatoriamente. Tanta humedad producía
en las paredes desconchadas innumerables manchas donde como en los cielos
con nubes, podíamos ejercitar nuestra imaginación localizando animales, caras
misteriosas y acechantes, ángeles y demonios en una época en que La Santa
Campaña rondaba los lugares por las noches y que las sombras cobraban vida y el
miedo cambiaba de dueño con los relatos de los abuelos. La luz eléctrica de
ciento diez voltios cambiaba onduladamente de intensidad, pasando la choza de
la penumbra a casi la sombra absoluta, dejando solamente en la bombilla
un pequeño rastro en el filamento que se mantenía incandescente entre las
sombras de la habitación. De vez en cuando el cielo que se iluminaba con furia
dejaba entrever descargas eléctricas trazando una raíz luminosa que recordaba
las ramas sin hojas de los árboles después del Otoño y las de hinojo dentro del
anís escarchado que tanto me fascinaban, pocos segundos después una traca
de truenos sacudía las paredes de la casa que vibraba como si por encima del
tejado estuviese pasando una antigua locomotora destartalada como aquellas
antiguas que utilizaban carbón para moverse a escasa velocidad, pero que tenían
el encanto de un traqueteo rítmico y el humo que advertía en la lejanía que el
tren se encontraba próximo a la estación, produciendo un desasosiego en las
personas, en aquellas épocas que los desplazamientos en ferrocarril siempre
ocasionaban alegrías y lágrimas porque los viajes no se hacían por
motivos de turismo y el regreso siempre tardaba muchos meses o incluso años en
producirse. Estos días de largo Invierno, de lluvias interminables y al fragor
de la tormenta que llenaba los hogares de miedo y de oraciones a Santa Bárbara,
con la luz apagada y las ventanas muy bien cerradas para evitar que un rayo en
su visita inesperada nos trajera una desgracia más que sumar a una vida
desgraciada, eran aprovechados por los abuelos y abuelas para contar sus
cuentos y leyendas que ayudaban aún más a erizar los cabellos y a que se nos pusiera
la piel de gallina, eran historias de brujas solitarias acechando a niños
inocentes en las carballeiras, de luces extrañas en los cementerios que subían
al cielo enlazadas, girando como mariposas en celo, historias de los sacahúntos
que sobre los hombros portaban los niños robados en un saco viejo para hacer
sus cremas, o del último curioso que se endosaba para toda la eternidad a la
fila de almas en pena que vestidas de blanco y con velas formaba la Santa
Campaña. El miedo invadía la noche, las mantas se hacían pequeñas para
permitirnos taparnos la cara y cuando en la calle se sentía un ruido, un sudor
helado bañaba la frente, se sentía un potro saliendo del pecho a todo galope,
faltaba el aliento, los ojos abiertos clavados en las sombras negras buscaban
fantasmas y los encontraban llenando el vacío, ni se nos ocurría bajar de la
cama ¡debajo hay peligros! ¡Demonios! ¡Fantasmas! La noche era larga, muy
larga, las horas muy lentas y el miedo muy negro, en esos momentos se oía el
silencio.
Volviendo al presente, la
lluvia seguía cayendo ¡que extraño! años de sequía, de hambre, de espanto, de
montes quemados, de campos resecos, de falta de agua, de ganado muerto sembrado
en los prados sin hierba, de campos inmensos con naranjos secos y secos granados.
Contemplo los niños delgados con ojos saltones jugando en los charcos, felices,
inquietos. Las tinas, de plástico ahora recogen el agua en la calle, todos los
vecinos se pasan calderos que van rellenando con ellas. Los grifos que en años
servían de adorno ahora gotean. Tal vez unos días nos cambien las leyes y
puedan bañarse los niños del pueblo ¡sería de lujo! tal vez nuestras pieles
resecas cubiertas de llagas, puedan refrescarse unos días, tal vez con un poco
de suerte resurja la yerba y pueda rozarla con mis pies descalzos igual que una
alfombra perdida en el tiempo, quizás por un tiempo podamos salir a la calle,
sin miedo a quemarnos y vuelva a sentir en el pelo un poco de viento que
refresque el alma apagada y vacía de sueños. Hoy puedo sentir en los ojos las
perlas rodando, corriendo mi cara. Los viejos recuerdos renacen y huelo las
flores que un día teñían de rojo los campos de hierba; rojas amapolas como
rojas gotas de sangre caliente, recuerdo también mariposas de hermosos colores,
recuerdo los ríos, los días con nieves, la bruma, las nieblas, los noches
tan largas de Invierno. El cambio del clima nos ha despojado de todo lo
hermoso, ya nada nos sirve el petróleo, no hay cumbres del clima, no existe el
turismo a las playas, tan solo hay silencio, recuerdos de un mundo perdido, sin
vida, sin verde, sin agua, hoy somos tan solo los presos que viven ocultos de
día y salen de noche, los pocos que tienen la suerte maldita de esperar la
muerte sin querer la vida y hoy viendo el milagro del agua vuelven a mi mente
colores, perfumes, recuerdos, deseos de vida perdida, deseos de vida de un
muerto viviente ¡Que vuelvan las lluvias! ¡Que acabe el infierno! ¡Que caigan
los rayos de luz y de fuego! ¡Que cese el calor sofocante que abrasa la piel y
reseca el cabello! ¡Que vuelvan las lluvias Dios mío! ¡Que vuelva el invierno!
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