viernes, 23 de julio de 2021

La juventud se aburre, se desmadra, se desquicia...

Si los chicos que dejan restos de comida en el plato, cambian de teléfono cada 3 años o de coche cada 10, tomar copas diarias, o reunirse cada 5 días en el botellón, tuviesen que comer bocadillos de pan con aceite y azúcar o de nata con azúcar, desayunar cascarilla las Lolas, alimentarse con lo único que hay para la familia, poner conferencias desde una central de telefónica, zurcirse los calcetines con una bombilla fundida, enderezar las puntas de hierro usadas, cortar leña y apilarla, fregar el suelo de rodillas con agua, legía y cepillo, lavar la ropa a mano en un pilón con jabón Lagarto y ponerla después a clarear en un campo, ir a por agua a una fuente, fregar los tenedores de alpaca con pedramol y la plancha de la cocina con un ladrillo refractario y pintarla con Foster, vivir en una casa con goteras, sin televisión ni aparato de radio, con luz de 120 voltios inestable, parpadeante y tenue, con el wáter en una caseta exterior, el cual hay que vaciar cada tres meses, preparar los colchones con hojas de maíz cada año, coser rodilleras y coderas en la ropa rota y seguir usandola, comprar los zapatos con un número más y rellenarlos con algodón en edades que el pié sigue creciendo, trabajar en el campo yudando con la siembra, recogida, abonado, siega, poda, pasar 4 años internados... En ese caso, no tendrían tiempo para aburrirse, ni motivos para quejarse, serían más respetuosos con las personas y con el Medio Ambiente y no producirían tantos desechos. Nosotros somos los responsables de que nuestras generaciones se conviertan en momias consumidoras, consintiendoles todos los caprichos y teniendoles entre pañales hasta los 30 años mal criados.

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