Los problemas en las relaciones humanas; trabajo, pareja, amigos… surgen porque casi siempre somos muy superficiales; nos quedamos con la primera imagen, el contacto exterior, las frases estudiadas, los colores, el aroma… el escaparate; contemplamos el jarrón y nos deslumbramos sin profundizar, sin ver más adentro, sin analizar nada más. Los verdaderos valores, los detalles que denuncian a la persona, las reacciones, las obras nos pasan desapercibidas, cegados por el aspecto exterior. Hoy se rinde culto al cuerpo, a la apariencia, al barniz y nos hacemos adictos al gimnasio a los anabolizantes, esteroides, péptidos, a la silicona, somos esclavos del consumismo, nuestro armario no tiene capacidad para tanta ropa y calzado; tenemos que deslumbrar y nos olvidamos de cultivar nuestro jardín interior lo que de verdad enriquece a la persona; la gratitud, la generosidad, el compañerismo, la entrega desinteresada, la empatía, la compasión… el amor de verdad sin contraprestación; nos volvemos tan superficiales que no nos mostramos reales, todo inconscientemente es fingido, embutido a presión día a día por los medios de comunicación; radio, televisión, redes sociales; perdemos la capacidad de pensar, de sentir, la autocrítica, nos hemos enganchado a un tren de alta velocidad donde ocupamos un vagón sin dirección, arrastrado por una máquina que nos convierte en pasajeros sin criterio propio en un viaje vacío de contenido por una vida vacía o con el alma carcomida y bañada por mil capas de pintura, pero perdemos la capacidad de descubrir nuestras cualidades buenas o malas, nuestra capacidad para perdonar, apoyar, escuchar, ayudar y para apreciar las mismas capacidades en las personas que nos rodean que también en su mayoría han sido inoculadas con el micelio del hongo tóxico del consumismo chabacano, de la soberbia , de la falta de empatía. Tarde o temprano, cuando cae el velo de los ojos y se descubre la verdadera persona que hay detrás del decorado, el castillo de arena se derrumba por muy grande y hermoso que se nos haya antojado y surgen las lagrimas, sin darnos ni cuenta que tampoco son reales porque no hemos aprendido a amar ni a llorar; son lagrimas de despecho, de incomprensión, de soledad momentánea hasta que nos deslumbre otro jarrón de colores con flores de plástico que creamos que nos hace felices y nos llena.
Tenemos que
aprender a llenar nuestra maceta de
contenido, de tierra, de compost, de nutrientes y regarla adecuadamente con agua limpia para que nuestras flores sean
hermosas y naturales y así aprenderemos
a distinguir otras macetas que se nos presentan hermosas pero que solo
contienen flores de plástico que no crecen, no huelen, no sienten ni se
marchitan, solo brillan con un baño superficial
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