La vida nos
da lecciones que enderezan el camino al caminante o lo tuercen para siempre en un instante. El camino que
elegimos y que en parte está marcado por las vivencias pasadas, la cultura, la familia, no solo marca un destino personal; queramos o no queramos influimos a
la vez que también somos influid@s por l@s que nos acompañan en la marcha, sin saberlo, sin valorarlo o sabiéndolo, somos
la carta marina que usarán muy confiad@s compañeros, familiares, navegantes, influimos profundamente en otras muchas personas que llegarán a la cima y conseguirán la gloria, el éxito, la fortuna o se precipitarán a ciegas por seguirnos al vacío. Algun@s se darán cuenta
ya muy tarde del problema por haber sido guiad@s por un profeta vacío, irresponsable, mezquino,
por un loc@ inteligente, por un científic@ lent@, enquilosad@ en profundos
conocimientos que casi no aportan nada o por un ser adorable, por un sabio, por
un gran profesional, por un hombre una
mujer intuitiv@.
En todas nuestras facetas de la vida somos guías sin notarlo a la vez que seguidores y caminamos descalzos por auténticos vergeles o por prados, por zarzales. Avanzamos y aprendemos del camino que también vamos creando para bien o para mal. Si tuvimos buena suerte y nuestros antepasados la tuvieron y acertaron muchas veces en todas sus decisiones y nosotros manejamos con acierto nuestra vida, si elegimos sabiamente, si tenemos autocrítica, si es que somos reflexivos, llegaremos al final de nuestros días satisfechos, con la mochila muy llena, pero ligera de cargas agobiantes.
En todas nuestras facetas de la vida somos guías sin notarlo a la vez que seguidores y caminamos descalzos por auténticos vergeles o por prados, por zarzales. Avanzamos y aprendemos del camino que también vamos creando para bien o para mal. Si tuvimos buena suerte y nuestros antepasados la tuvieron y acertaron muchas veces en todas sus decisiones y nosotros manejamos con acierto nuestra vida, si elegimos sabiamente, si tenemos autocrítica, si es que somos reflexivos, llegaremos al final de nuestros días satisfechos, con la mochila muy llena, pero ligera de cargas agobiantes.
Esto es
igual en familia que en la empresa, con la sola diferencia tan notoria de que en familia pesan
más los sentimientos, se agradecen más los besos y duelen más las traiciones.
En familia los ídolos son más grandes, algunos rozan el cielo. Mala cosa, se nos caen, o caemos fácilmente, porque los hemos alzado demasiado en nuestra
mente, o porque han visto en nosotros más virtudes de las pocas que tenemos o porque les damos mucho y sin ser correspondidos, o por haberles fallado en un momento difícil. En familia pesan poco las razones, pesan más los sentimientos, las pasiones, las palabras mal sonantes, los silencios. En familia todo es fuego. todo es calor, todo es llama.
En la
empresa casi siempre hace más frío; vivimos a la intemperie, faltan abrazos sinceros
y sobran falsos amigos, hábiles trepas disfrazados de grandes profesionales que
se visten con las ropas de otros que sin hacer ruido tiran del carro
callados y mantienen cuatro ruedas engrasadas; la quinta se engrasa sola, le
sobra grasa y no gira, no sirve casi de nada pero es la más importante en
ocasiones, es la rueda de las grandes decisiones, la que complica también en
ocasiones la marcha de la carreta.
En mi paso
por empresas importantes he conocido bastante de la vida, he aprendido muchas
cosas; se aprende ordeñando lo que sabes, se aprende de tropezones, se aprende de los que enseñas, se aprende de las envidas, de los que te hacen la cama, los que te venden la moto, los que te doran la píldora. Así aprendes aprendiendo de lo que tienes que hacer para sortear los cepos que colocan a tu paso, lo importante es avanzar aunque a veces retrocedas, muchas veces obligado, poco importan las razones, la experiencia si te toca obedecer a un vanidoso, engreído niño pera engominado que ganó su posición desde la cuna por ser hijo de un papa privilegiado, ellos son el eslabón que te une a la cadena y si te sueltan te estrellas. Si aveces vas hacia atrás como el cangrejo hay otras que enfilas bien el horizonte.
He conocido
personas importantes, desconocidas, calladas, importantes lo repito, lo que entiendo yo de eso por importantes; de peso, con un bagaje que llena la mochila. Conocí trabajadores
incansables, leales y transparentes, seres blancos sin trastienda, a los que
puedes abrirles tu equipaje y enseñarle tus camisas arrugadas. Esponjas que se
empapaban de tus pequeñas lecciones, llenas de muchos errores y también de algún
acierto que te enseña la experiencia al tropezar muchas veces en la piedra,
conocimientos de años de trabajo, de ilusiones, de empaparme de los otros que nos han
dejado mil caminos con atajos y con puentes, senderos entre gargantas pronunciadas, conocimientos de libros, manuales y
sobre todo de mirar los problemas desde dentro, de preguntarse el ¿por qué? de
los problemas, de analizar el ¿porqué de los aciertos? porque las máquinas son como sirenas que nos cantan con sus
llantos y sus penas, se quejan con sus chirridos, con el olor a quemado, con el calor que desprenden y es muy fácil
entenderlas si las oyes y si buscamos en ellas el motivo, si le damos
importancia a sus quejidos y comprobamos atentos sus parámetros conseguiremos milagros.
Eso depende también de que nos dejen, de que las prisas no marquen los caminos de los que marcan la ruta entre los mares y que a la vez taponados sus oídos y atados de pies y manos al palo mayor, no puedan oír el canto, los quejidos y dejen que por las prisas enfilemos el navío hacia las rocas.
Eso depende también de que nos dejen, de que las prisas no marquen los caminos de los que marcan la ruta entre los mares y que a la vez taponados sus oídos y atados de pies y manos al palo mayor, no puedan oír el canto, los quejidos y dejen que por las prisas enfilemos el navío hacia las rocas.
Hay quien quiere
ver la nave como una piedra preciosa; sus velas blancas al viento, deslumbrante como el oro el mascarón de la proa,
impecable la cubierta, las banderas ondeando sin jirones y mucha pintura al casco corrompido; lucir el
escaparate y arriesgarse con el barco reluciente que nos augura un final
impredecible que lo advierte el crujir de la cubierta.
También
quien usa un solo marinero que es maquinista, engrasador, timonel y cocinero, quien reduce el presupuesto y se pone mil medallas .
Dejando un
poco las metáforas y centrando mis recuerdos en mi experiencia en empresas,
también conocí a las rémoras, a los que
viven del cuento y se desplazan asidos
sin hacer ningún esfuerzo, también
conocí lampreas que se adueñan del trabajo, viven plagiando, asumiendo
las tareas que hacen otros, adornando con su firma y con su rollo lo que no les
pertenece.
Conocí a los
enchufados que aparecen en la empresa con un aurea que no brilla, responsables del
trabajo que hacen otros, quinta rueda que no gira, ni soporta la carreta.
Muchas veces me causaban cierta pena al sentir su incompetencia y su esfuerzo
para mantenerse con mil dudas, sin aciertos en la cuerda que oscilaba peligrosa, pero después
me decía yo a mi mismo “no hay problema, no tiene idea, no sabe, puede que
fuese un fenómeno en otra empresa importante, pero aquí no tiene idea, se
sustenta de los que curran debajo, los que andan derechitos sin linterna, los que
han mamado el tiempo trabajando. No hay problema, no se cae que van sobre a
cuatro ruedas y si está solo algún día y se equivoca, cuando caiga una red
evitará que se estrelle contra el suelo. De estos gigantes que nacen encumbrados , dirigidos, apoyados
sin historia, los hay que forman equipos de trabajo, que valoran los aciertos y reparten las medallas,
que se implican, se preocupan, analizan y se agachan y que ascienden en la
mente del obrero; son personas y terminan siendo un líder. Otros llegan y se
montan en la ola y solo quieren lucirse sin esfuerzo, exigiendo sin dar nada y sin
razones, convencidos de que son muy importantes, quinta rueda que no jira imprescindible
y con tanta soberbia imponen y mandan, dirigen sin compás a la deriva, mientras
que lucen altivos su poder sin bajarse de la ola, apoyándose en la red y usurpándole
el trabajo a las personas.
Que decir de otros que son aduladores, que te vendían la moto, que te doraban la píldora y te pasaban la mano por el hombro, siempre fría, interesada, para lograr sus deseos y apoderarse del sueño, del trabajo y la experiencia y te arrojaban después como un arrapo, como un pañuelo ya usado, hasta que el tiempo y las olas decantaran otros nuevos y difíciles problemas y se repita el teatro y te cuente lo que vales en la empresa y el futuro que te espera si caminas a su lado y resuelves sus problemas.
Que decir de otros que son aduladores, que te vendían la moto, que te doraban la píldora y te pasaban la mano por el hombro, siempre fría, interesada, para lograr sus deseos y apoderarse del sueño, del trabajo y la experiencia y te arrojaban después como un arrapo, como un pañuelo ya usado, hasta que el tiempo y las olas decantaran otros nuevos y difíciles problemas y se repita el teatro y te cuente lo que vales en la empresa y el futuro que te espera si caminas a su lado y resuelves sus problemas.
También conocí a personas que eran jef@s cumplidores,
a jef@s que eran personas que te ofrecían la mano en los tropiezos ,
trabajador@s honrados, responsables que eran líderes de veras, consecuentes, auténticos
científicos, rodamientos de apoyo que cuidaron bien el casco y guiaron con
acierto esa nave que se adentra en el mar entre escolleras y sirenas que se quejan, un capitán que gobierna con acierto y se mantiene en el rumbo surcando el mar, proa altiva, hasta que otro capitán le quite el puesto y un mal día atado al mástil, con oídos taponados
para no oír las sirenas, se dé cuenta ya muy tarde, que su ruta veloz se termina en cortantes escolleras y el
esfuerzo de años de trabajo, de alegrías y de penas de los muchos mantuvieron
sano el casco o de los que daban cera a la
cubierta, los que sacaron el brillo al mascarón, se convertirá en un pecio, una
quimera, un recuerdo ya lejano en la escollera.
Los aciertos
y fracasos en la empresa, el callar y machacar a los que reman, dirigir sin
preguntar si no se sabe, el afán de aparentar, asumir sin compartir lo que es
de todos, daña el casco reluciente, pero peor que la sal que corrosiona es la soberbia
que impide que se vea el problema que arrastrará a las simas avísales el
trabajo de años
No hay comentarios:
Publicar un comentario