sábado, 9 de junio de 2012

Recordando Cuentos 1

                                    Genuino y la Aldea Maravillosa




Erase una vez una joven viuda que vivía con su hijo Genuino en un pueblo blanco de un país hermoso  donde el mar turquesa cuajado de peces de aletas vivaces  bañaba las costas cubiertas de verde, de cardos marinos, blancas azucenas y hierbas de amores.
Genuino vivía feliz en su aldea, junto a sus abuelos que contaban cuentos de duendes, de meigas, también disfrutaba mucho de la huerta, cogiendo tomates, cortando la hierba, de paso ayudaba a guardar las ovejas, cogía los huevos en el gallinero y todos los días paseaba el perro.
Si tenía tiempo siempre se acercaba al mar, a la costa, su querida playa vestida de blancas arenas y dunas con formas copiadas de torsos, de senos de hermosas caderas calientes que en los pies descalzos parecían tizones.
Veía las olas romperse en las rocas  formando en las pozas preciosas piscinas con estrellas vivas de varios colores, con peces, cangrejos, erizos, quisquillas, algas de colores y otras maravillas.
Pasaban las horas sin darse ni cuenta viendo cormoranes, albatros, gaviotas jugando en las olas, nadando desnudo (se dice en pelotas).
El tiempo sin pausa que todo lo cambia sin darse ni cuenta trajo la desgracia. ¡Que pena tan grande! todo se ha esfumado antes de ser viejo como un espejismo y ya no es posible mostrarle a sus nietos, si un día los tiene  aquellos tesoros que guarda en su mente y que sus abuelos a él le enseñaron con tanta dulzura, con tanta alegría, con aquel cariño de aquellos ancianos de manos callosas y arrugas profundas que forjara el campo, el mar y la brisa y tanto trabajo. 
Lo cierto es que un día ¡maldito destino! Un hombre ambicioso, un mago malevo con su magia negra apoyó la guerra para evitar muertes con armas secretas que nunca existieron, libero la tierra para que pudiesen traficar con ella transformando dunas por chalets, viviendas, plazas, carreteras, alquitrán, cemento, hoteles, espacios para aparcamiento
Ya no están las dunas, y la blanca arena se cubrió de botes, colillas, botellas, no hay cardos, no hay peces y aquellas piscinas; acuarios marinos, repletos de vida, solo tienen grasa, petróleo, bencina, todo se ha perdido, todo lo importante, se quedo sin vida ¡que pena más grande!
Solo la codicia se palpa en el aire, grúas y ladrillos, muros hormigones, cemento baldosas, bolsas de cascajos, destierros, camiones.
Las gentes del campo dejaron la siembra, mataron la baca, vendieron la yegua y se dedicaron a las construcciones, ganaban dinero para comprar coche, la vida es más fácil, el campo es de esclavos. ¡Que viva el progreso! estamos salvados.
Los pocos vecinos  que había en el pueblo construyeron muros, cerraron las puertas, pusieron alarmas, pusieron barrotes hasta en las ventanas, se hicieron más fríos, perdieron el alma.
Ya no se juntaban a echar la partida, veían la tele, leían la prensa que hablaba del cambio, del nivel de empleo, de los emigrantes llegando en pateras buscando trabajo.
¿Qué tiene el dinero que arruga los ceños? ¿Porque aquella aldea se volvió tan triste? ¿Progreso? ¿Que es eso? si no convivimos, si no compartimos, si nos alejamos, si somos muñecos que mueven los amos que exprimen al mundo.
¿Qué tiene el dinero que aparta los hijos y apaga los sueños?
Pasaron los años y llegó la crisis, todo era ficticio, castillos de arena, los bancos amigos cobraban las deudas dejando a los pobres ahora en la calle ¡quedan sin vivienda! y con una deuda que los tiene atados convirtiendo obreros ahora en esclavos.
Dejaron las obras, terminó el trabajo; no había ni un euro ni ovejas y el campo sembrado de silvas, no había ganado y llegó el invierno, trajo más desahucios, frio, hambre, miseria. Llanto, solo llanto.
Pasaron los días, vinieron más magos ofreciendo cuentos, reflotando bancos, estrujando al pueblo, vendiendo recetas, contando mentiras, arruinando al pueblo, pagando las deudas  con nuestros impuestos a los que crearon el agujero negro; a los financieros. Siguieron mintiendo, haciendo sus guerras en otras fronteras con nuestros soldados.
La deuda es enorme y sigue creciendo, la luz es un lujo, volvieron las velas y la gasolina costaba dinero ¿y quien lo tenía?  El coche parado, nadie lo quería, es un amuleto, un trofeo, un lujo que cuenta al que pasa que aquí vive gente que tiene recursos, que gana dinero, que no es campesino, que tiene un empleo. Mentiras de un necio que se muestra erguido y vive arrastrado si es que acaso vive.
Lo cierto es que ansía sus ovejas blancas, su baca marela. ¡Cuanto echa de menos aquellas mañanas arrancando al suelo lechugas, patatas!
Por fin Genuino se fue percatando, descubrió el camino. Allí en aquel pueblo todo se moría solo había una forma de ganar la vida.
Hizo la maleta, besó a los abuelos que estaban sombríos, tristes, apagados, también a su madre que ya no reía, que ya no lloraba, solo meditaba, casi ni sentía y si es que vivía no lo parecía.
Se fue a la parada con los ojos rojos de aguantar el llanto y antes de alejarse miró aquella aldea que no conocía y sintió en el pecho un dolor profundo y volvió a su mente la playa, las olas, los peces, las flores, los campos sembrados, la vaca, el abuelo contándole cuentos.
Juró por su vida que pelearía por su antigua aldea con uñas y dientes, que no olvidaría, que no se postraba, que no se rendía.
Así con el tiempo se encontró en la plaza con el 15M clamando justicia, trabajo y vivienda y sigue luchando, clamándole al cielo,  ¡lo debe a su tierra! ¡A su playa blanca!  ¡A su pobre abuelo que murió en silencio! triste en aquel pueblo que tanto quería.
Contempla el gran circo, las mismas mentiras, los mismos farsantes con otras caretas; unos con corbata, otros sin chaqueta, todos son iguales; caciques, chupones, gordas sanguijuelas viviendo del cuento con mil privilegios, unas marionetas que mueve la banca que expropió al tendero. 
Recuerda su aldea, su campo sin vida, su playa sin peces, su madre tan triste, sus ovejas blancas, su abuelo ya en gloria y no se arrodilla, no oye las sirenas que engañan el alma mientras otro escucha atado en el mástil las mismas mentiras que nos adormecen, que nos dejan ciegos y nos envilecen.
Sigue en pie de guerra clamando justicia, pidiendo vivienda, soñando algún día volver a su tierra y sembrar el campo que era del abuelo


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