lunes, 28 de diciembre de 2015

¡Que vuelva el invierno!


Esta noche he dormido plácidamente, un sueño profundo y regenerador, me ha costado más que de costumbre despegar las pestañas  y sacar los pies  de la cama, no hacía frío, pero se notaba un ambiente descargado y mi cuerpo despertaba relajado, como si saliese de un baño de rosas, por fin sin prisas me levanto, abro la persiana y contemplo sorprendido un día gris y lluvioso,  las gotas zigzagueando por el cristal de la ventana buscan un raro camino en su descenso dibujando a su paso siluetas misteriosas,  los recuerdos de la infancia vuelven a mi mente y me transportan a aquellos años cuando en compañía de mi hermana,  me quedaba pasmado viendo las carreras de gotitas, que se turnaban en cortas carrera y giros imprevisibles, nosotros, entusiasmados espectadores, hacíamos apuestas eligiendo la gota ganadora de la prueba. Recuerdo también los duros inviernos  en los cuales durante meses, la lluvia caía sin cesar, dejando los caminos impracticables, las viviendas llenas de cacharros; latas, tinas de zinc y palanganas metálicas esmaltadas de blanco con un bordillo azulado, todas cumpliendo con la utilidad de recoger las goteras que atravesaban las tejas agrietadas de un tejado que más bien parecía un jardín de helechos y se precipitaban en los cacharros metálicos produciendo un repiqueo como un xilofón de los que hoy día se pueden ver en las manos de un niño travieso e inquieto. En ocasiones nos colocábamos estrategicamente, mirando hacia el techo, viendo como poco a poco se iba formando una gota, que iba creciendo hasta que acababa por desprenderse y precipitarse, entonces, con gran maestría de  duros  inviernos de entrenamiento,  calculábamos el punto de encuentro y esperábamos con la boca abierta, tratando de atraparla, antes de que cayese en la tina, la idea era cazar la gota en el aire, al vuelo, lo que era toda una hazaña difícil de conseguir y un premio a nuestro empeño y al dolor de cuello provocado por el tiempo empleado en la cacería con el cuello rígido y sin apenas pestañea  y la incómoda postura que la palangana que estaba prohibido mover, nos obligaba a realizar, lo cierto es que estas perlas que conseguíamos atrapar al vuelo, eran ni más ni menos que gotitas de pis de angelitos y en aquellos tiempos que el premio al buen comportamiento durante  una semana era un par de galletas Fontaneda, una gota de pis de angelito cazada al vuelo era para sentirse satisfecho. Todo en la casa estaba empapado durante los meses de Invierno, la ropa de las camas pesaba más que de costumbre y el frío se metía en los huesos al acostarse, obligándome a tomar una postura de caracol metiendo las rodillas en la espalda de mi hermana que no tardaba nada en ponerme firmes como a un recluta de aquellos que antes hacían el Servicio Militar Obligatorio y se dedicaban años de su vida limpiando letrinas para la grandeza de España. Cuando el frío era insoportable en los pies ateridos, una tarea más entre las muchas que hoy ni se imaginan, como podía ser, fregar de rodillas las tablas del piso de madera, que con mil arrugas por el desgaste y la lejía que con el paso de muchos años de fregoteo, dejaba ver las vetas como si se tratase de las venas de la mano de un anciano, o el poner a clareo sobre la yerba, la ropa lavada en el pilón con jabón Lagarto y regarla de vez en cuando con el agua de una tina de zinc, era, calentar una olla de agua en la cocina de leña  y llenar con ella una botella de barro, que al parecer contuvo ginebra y que los emigrantes que trabajaban en el extranjero traían como un premio más de su destierro voluntario, que luego, envuelta en papel de periódico ayudaba a recuperar la circulación de la sangre en los pies doloridos por el frío. Las paredes interiores de la casa también se mostraban salpicadas de diminutas perlas y de vez en cuando un hilillo de agua se precipitaba rompiéndolas  aleatoriamente. Tanta humedad  producía en las paredes desconchadas  innumerables manchas donde como en los cielos con nubes, podíamos ejercitar nuestra imaginación localizando animales, caras misteriosas y acechantes, ángeles y demonios en una época en que La Santa Campaña rondaba los lugares por las noches y que las sombras cobraban vida y el miedo cambiaba de dueño con los relatos de los abuelos. La luz eléctrica de ciento diez voltios cambiaba onduladamente de intensidad, pasando la choza de la penumbra a casi la sombra absoluta, dejando solamente en la  bombilla un pequeño rastro en el filamento que se mantenía incandescente entre las sombras de la habitación. De vez en cuando el cielo que se iluminaba con furia dejaba entrever descargas eléctricas trazando una raíz luminosa que recordaba las ramas sin hojas de los árboles después del Otoño y las de hinojo dentro del anís escarchado  que tanto me fascinaban, pocos segundos después una traca de truenos sacudía las paredes de la casa que vibraba como si por encima del tejado estuviese pasando una antigua locomotora destartalada como aquellas antiguas que utilizaban carbón para moverse a escasa velocidad, pero que tenían el encanto de un traqueteo rítmico y el humo que advertía en la lejanía que el tren se encontraba próximo a la estación, produciendo un desasosiego en las personas, en aquellas épocas que los desplazamientos en ferrocarril siempre ocasionaban alegrías y lágrimas porque los viajes  no se hacían por motivos de turismo y el regreso siempre tardaba muchos meses o incluso años en producirse. Estos días de largo Invierno, de lluvias interminables y al fragor de la tormenta que llenaba los hogares de miedo y de oraciones a Santa Bárbara, con la luz apagada y las ventanas muy bien cerradas para evitar que un rayo en su visita inesperada nos trajera una desgracia más que sumar a una vida desgraciada, eran aprovechados por los abuelos y abuelas para contar sus cuentos y leyendas que ayudaban aún más a erizar los cabellos y a que se nos pusiera la piel de gallina, eran historias de brujas solitarias acechando a niños inocentes en las carballeiras, de luces extrañas en los cementerios que subían al cielo enlazadas, girando como mariposas en celo, historias de los sacahúntos que sobre los hombros portaban los niños robados en un saco viejo para hacer sus cremas, o del último curioso que se endosaba para toda la eternidad a la fila de almas en pena que vestidas de blanco y con velas formaba la Santa Campaña. El miedo invadía la noche, las mantas se hacían pequeñas para permitirnos taparnos la cara y cuando en la calle se sentía un ruido, un sudor helado bañaba la frente, se sentía un potro saliendo del pecho a todo galope, faltaba el aliento, los ojos abiertos clavados en las sombras negras buscaban fantasmas y los encontraban llenando el vacío, ni se nos ocurría bajar de la cama ¡debajo hay peligros! ¡Demonios! ¡Fantasmas!  La noche era larga, muy larga, las horas muy lentas y el miedo muy negro, en esos momentos se oía el silencio.

Volviendo al presente, la lluvia seguía cayendo ¡que extraño! años de sequía, de hambre, de espanto, de montes quemados, de campos resecos, de falta de agua, de ganado muerto sembrado en los prados sin hierba, de campos inmensos con naranjos secos y secos granados. Contemplo los niños delgados con ojos saltones jugando en los charcos, felices, inquietos. Las tinas, de plástico ahora recogen el agua en la calle, todos los vecinos se pasan calderos que van rellenando con ellas. Los grifos que en años servían de adorno ahora gotean. Tal vez unos días nos cambien las leyes y puedan bañarse los niños del pueblo ¡sería de lujo! tal vez nuestras pieles resecas cubiertas de llagas, puedan refrescarse unos días, tal vez con un poco de suerte resurja la yerba y pueda rozarla con mis pies descalzos igual que una alfombra perdida en el tiempo, quizás por un tiempo podamos salir a la calle, sin miedo a quemarnos y vuelva a sentir en el pelo un poco de viento que refresque el alma apagada y vacía de sueños. Hoy puedo sentir en los ojos las perlas rodando, corriendo mi cara. Los viejos recuerdos renacen y huelo las flores que un día teñían de rojo los campos de hierba; rojas amapolas como rojas gotas de sangre caliente, recuerdo también mariposas de hermosos colores, recuerdo los ríos, los días con nieves, la bruma, las nieblas, los noches  tan largas de Invierno. El cambio del clima nos ha despojado de todo lo hermoso, ya nada nos sirve el petróleo, no hay cumbres del clima, no existe el turismo a las playas, tan solo hay silencio, recuerdos de un mundo perdido, sin vida, sin verde, sin agua, hoy somos tan solo los presos que viven ocultos de día y salen de noche, los pocos que tienen la suerte maldita de esperar la muerte sin querer la vida y hoy viendo el milagro del agua vuelven a mi mente colores, perfumes, recuerdos, deseos de vida perdida, deseos de vida de un muerto viviente ¡Que vuelvan las lluvias! ¡Que acabe el infierno! ¡Que caigan los rayos de luz y de fuego! ¡Que cese el calor sofocante que abrasa la piel y reseca el cabello! ¡Que vuelvan las lluvias Dios mío! ¡Que vuelva el invierno!

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